La presión es parte del juego. A veces es silenciosa, otras veces grita desde dentro. Pero con el tiempo he aprendido que no se trata de evitarla, sino de saber convivir con ella, transformarla y usarla a mi favor.
Preparar la mente antes que el golpe
Antes de cualquier torneo, mi preparación empieza mucho antes de pisar el campo. Me tomo momentos para visualizar cada golpe, cada hoyo, no desde la perfección, sino desde la intención. La mente necesita entrenarse tanto como el cuerpo. Me ayuda repetir afirmaciones simples como “confía en tu ritmo” o “juega como entrenas”.
Rutinas que calman, no que distraen
He descubierto que tener una rutina precompetencia estable me da equilibrio. Escuchar música suave, calentar con ejercicios conocidos y hablar poco antes de jugar, me centra. Me ayuda a entrar en «modo torneo», ese estado donde el exterior se apaga y solo estoy yo y el campo.
La presión también es señal de propósito
Antes me incomodaba sentir los nervios. Hoy los entiendo como una señal de que esto me importa. La presión no es enemiga: es un recordatorio de que estoy en el lugar que quiero estar, haciendo lo que amo. La clave está en no dejar que te domine, sino que te impulse.
Y si algo no sale bien…
Aprendí que fallar no me define. Un mal golpe, un mal torneo, no borran todo lo que he trabajado. Lo importante es cómo reaccionas, cómo te recuperas mentalmente para el siguiente hoyo o el siguiente día. A veces, el mayor logro no está en la victoria, sino en mantener la calma.
Gestionar la presión no es un talento, es un hábito. Y como todo hábito, se entrena. Estoy en ese camino, aprendiendo en cada torneo un poco más sobre mí misma y sobre cómo convertir el nervio en foco.